"No me van a quebrar. Resistiré erguido frente a todo".

Cuentan los que estuvieron en el Angel Amadeo Labruna, tras la caída con Racing, que Matías Almeyda parecía más entero de lo esperado. A diferencia de esa postura débil mostrada durante el partido, apoyado contra los carteles de publicidad, en el vestuario el Pelado se transformó. Lo fue a ver su mujer, Luciana, creyendo que podría pegar el portazo. Pasaron casi dos horas en el camarín, decidió suspender la conferencia de prensa, pero charló con los pocos periodistas que lo esperaban cerca de su auto. Y ahí Almeyda ratificó su continuidad. ¿Hasta cuándo?

El límite parece ser Sarandí. La cuerda está muy tensa. Y si bien el Pelado reconoció el esfuerzo de los jugadores con la Academia, se aferra al cargo como puede. ¿Por convicción o por orgullo?

Más que nunca, el DT está atado a los resultados. Con River en descenso directo, se tiene fe para salir del mal momento. Almeyda no se quiere ir dejando al equipo en la zona roja.

Lo reconforta que el hincha aún no lo haya insultado, aunque los reproches se filtraron desde la San Martín baja, justo detrás del banco. Eso sí: le duele que sea casi unánime el pedido por Ramón Díaz. Quizás eso sea peor que un insulto. Está molesto con la aparición del técnico más ganador, pero lo respeta y no quiere seguir tirándole nafta al fuego.

Entregado y resignado. Así lució ayer ante los ojos de todos. Parecía el final. Pero hay una vida más. Solo una. Una derrota ante Arsenal podría decretar el final de Matías Almeyda tras 52 partidos.

Por Leandro Buonsante