La situación de River preocupa hace rato, pero por estas horas empieza a empeorar. La irregularidad de un equipo que pasa de jugar el mejor partido del torneo ante Newell’s a ser humillado futbolísticamente por Vélez, provoca una irritabilidad que crece con el correr de los minutos. La paciencia comienza a agotarse.

Los hinchas que pagan su entrada, los que se bancan los incómodos canjes, los que solo pueden expresas sus emociones delante de un televisor, los que fueron a Liniers. Todos ellos esperaban encontrarse con el mismo nivel de juego que mostró el equipo ante la Lepra, pero solo vieron la antístesis de aquel partido. Vieron la peor versión de este River. La que se aleja de los primeros puestos y tiene que mirar la zona roja de la tabla.

Por eso, y aunque ineludiblemente Almeyda debía hacer declaraciones luego del partido para calmar las aguas, los hinchas también merecen escuchar a los protagonistas. Las escasas palabras de Trezeguet en el post-partido no alcanzan. Se quedan cortas.

Sin embargo, luego de la práctica los jugadores decidieron callar. Ni conferencia de prensa, ni explicaciones, argumentos y autocrítica para intentar comprender el porqué de tanta irregularidad. En estos casos, en bocas cerradas entran muchas más moscas. Porque callar es generar más dudas, es no asumir responsabilidades, es dejar en evidencia que la situación es preocupante.

El plantel tendrá libre mañana y el miércoles David sí hablará en conferencia de prensa. Tarde. Los hinchas quieren escucharlo ahora. Porque en este caso, el silencio no es salud para River. En este caso es, justamente, un síntoma de enfermedad.

Por Antonella Valderrey