El destino le devolvió al Antonio Vespuscio Liberti algo de lo que le habían arrebatado y, por esas cosas de la vida, (también por la recomendación de creer, porque hay material para eso) hubo definición de una Copa de Conmebol a ida y vuelta, y fue en el Monumental. River tuvo la noche de gloria que se mereció.

Gustavo Gallardo Kuster

@gallargus

Mientras los fuegos artificiales le ponían la frutilla a la torta y la gente respiraba de alivio, a la vez que festejaba haber dado vuelta una serie complicada, la reflexión de haber estado en una final en el Monumental después de lo que pasó el 24 de noviembre fue inevitable. La justicia divina puso a River en su casa, festejando un título internacional y a la hinchada en el lugar que merecía: presenciándolo.

De una forma u otra estuvo toda la gente; la que se quedó sin final esa tarde de noviembre, cuando la confusión, el oportunismo y la mentira se confabularon para robarles el partido que se habían ganado en Porto Alegre en esa noche de lluvia y locura, estuvo la que se pudo ir a Madrid y la que pasó de estar cantando en la tribuna que correspondía del Monumental a sentarse en el sillón de la casa y ver por tele como algunos afortunados que se habían quedado afuera de la definición en Núñez, estaban presenciando el partido en otro continente.

No faltó nadie. El ambiente era el mismo, aunque con 6 meses de diferencia y sin el clima cálido que hay casi a fin de año. Escribí esto mirando pasar a amigos y familias con ilusión en sus caras, en la previa y en el post partido, cuando, por un momento, parecía que nada había pasado nada, que no renunció ningún funcionario para tapar la miseria de no tener ni idea de cómo hacerse cargo de una situación que desnudó las miserias del fútbol y lo precario de quienes lo manejan.

Por un momento era la final que se tendría que haber dado, aunque con meses y más gloria de diferencia. Fue un triunfo desde el momento en el que la gente pudo llegar en masa a Udaondo y Figueroa Alcorta sin recibir malas noticias. El resto lo hizo un grupo que parece reinventrase cuando ya no queda nada más por inventar.

El destino le devolvió al Antonio Vespuscio Liberti algo de lo que le habían arrebatado y, por esas cosas de la vida, (también por la recomendación de creer, porque hay material para eso) hubo definición de una Copa de Conmebol a ida y vuelta, y fue en el Monumental. Ni en el primer intento, ni en el segundo, también suspendido; fue en el tercero, fue en casa, fue frente y alrededor de quienes tenía que ser.

Se lo agradecemos al tiempo y a Marcelo Gallardo, los dos que ponen todo en su lugar.