Dos años que hablan por sí solos

Para analizar la situación que atraviesa el equipo de Núñez es justo partir de la base de que a partir del 8 de diciembre de 2001 comenzó a gestarse la debacle deportiva, económica e institucional. No hacer mención al respecto sería un acto parcial, subjetivo y hasta desleal porque Daniel Passarella heredó una crisis difícil de describir en un párrafo. Más allá de que el escenario era conocido, siempre resulta más sorpresivo experimentarlo que verlo desde afuera y por eso es necesario contextualizar los hechos antes de hacer una crítica.

Sin embargo, la incapacidad para resolver determinados temas, la soberbia a la hora de gestionar y afrontar un tema delicado como la permanencia, juegan un papel preponderante para describir los errores más sobresalientes desde aquel 6 de diciembre de 2009. Es que el Kaiser perdió esa idolatría que se había ganado legítimamente en el campo de juego e incluso en su carrera como técnico. Su imagen quedó muy deteriorada y, si bien es cierto que no resulta sencillo administrar las pobrezas que le dejaron, la falta de sentido común es alarmante.

La frase del "campeonato económico" y sus derivados como la mejoría de los números a través de la pérdida de categoría representan un cóctel imposible de digerir para un hincha coherente. Tampoco hay justificativo para comprender porque la persona que debería pregonar con el ejemplo de ir a todos lados ni siquiera haya ido a Córdoba para el partido de ida frente a Belgrano. ¿Qué puede ser más relevante en un momento tan complicado como ése? ¿Por qué no estuvo desde cerca e hizo sentir su respaldo aquella noche del 22 de junio?

Jamás hubo una respuesta concreta al respecto. Y se trata de una verdadera falta de respeto al hincha. Porque si bien es cierto que los últimos ejercicios mostraron una evidente mejoría en la actividad contable, el objetivo principal era evitar el descenso. De ninguna manera se puede dejar de lado el desastre que hizo la conducción anterior, realizando contrataciones desprolijas y sin jerarquía, con intermediarios y manejos oscuros. Pero eso no exime de responsabilidad a Passarella y al resto de la cúpula directiva. River a la B Nacional, la peor pesadilla de todas, impensada hace tan sólo tres años y medio.

A pesar de que tres torneos le corresponden a la dirigencia actual y otros tantos a la que fue reemplazada, no hay excusas para comprender la liviandad con que se tomó el asunto. ¿Alguien que desea conservar el prestigio y la categoría puede apostar por un delantero suplente (Fabián Bordagaray) como única incorporación para encarar el semestre que requería mayor compromiso en la historia? Y todavía nadie se hizo cargo de la insólita formación que salió a jugar en Barrio Alberdi, dejando en claro que la incoherencia estaba a la orden del día.

Lo cierto es que Passarella no tuvo mejor idea que pelearse con Julio Humberto Grondona en pleno salón del Comité Ejecutivo dela AFA, a pocos metros del despacho presidencial. En lugar de apelar al tacto y a la conciliación, haciendo una crítica con argumentos fuertes, el presidente de River se inmoló. Nunca los árbitros fueron tan ecuánimes a la hora de sancionar hasta la falta más pequeña contra el club de Núñez en los encuentros restantes que desencadenaron el descenso. ¿Mano negra? ¿Errores intencionados? Imposible asegurarlo, pero la balanza tomó un rumbo claro...

En consecuencia, la crítica podría ser mucho más profunda hacia Passarella, sin ánimos desestabilizadores ni con tendencias de ningún tipo. Los dos años hablan por sí solos y parece imposible que exista alguna posibilidad de revertir el panorama desfavorable que dejará una vez que complete su mandato, a fines de 2013. Es que el hincha genuino sabe que la herencia fue muy dura, pero también es consciente de que se tomaron decisiones equivocadas, se cometieron faltas de consideración hacia los socios y el desenlace del 26 de junio fue como consecuencia de un quiebre que se inició en el 2001 y tocó su fondo el 26 de junio de 2011.

Por Germán Balcarce

Imagen: Wally