Con la guardia alta
No, no me refiero a la palabra de Gallardo sobre las complicaciones que puede tener River en el ámbito dirigencial, sino a Armani: en 90 minutos, y con pocas intervenciones, le dio seguridad a todo el mundo.
Por Matías Navarro García
@mati_navarro
Dicen los conocedores del boxeo que, a la hora de defenderse, lo más importante no son las manos, sino la cintura: Nicolino Locche pasó a la eternidad no por ser una máquina de dar golpes ni por recibirlos con entereza, sino precisamente por esquivarlos. Más acá en el tiempo, Floyd Mayweather Jr. cerró invicto una carrera de 50 peleas, de las cuales 23 las ganó por decisión, no por KO. ¿La fórmula? Esquivar los golpes mejor que nadie en el mundo y, cuando no podía, colocar bien los brazos para protegerse.
En ese sentido, el River del primer año de Gallardo (junio 2014 hasta la obtención de la Suruga Bank 2015) era una mezcla de Locche y de Mayweather: tenía una cintura ágil (formada por Mercado, Maidana, Funes Mori, Vangioni y acompañados por Ponzio y Kranevitter) que formaban un muro casi impenetrable que, cuando tenía alguna falla, obligaba a utilizar las manos mágicas de Barovero para desviar todo peligro, como Floyd.
Tras el primer viaje a Japón, todo se rompió: los niveles bajaron, los jugadores marcharon (con el correr del tiempo River perdió 15 jugadores campeones de América, muchos de los cuales se fueron sin dejar un centavo al club) y la partida que más dolió, por lo irremplazable, fue la de Trapito, justo en un momento donde la defensa comenzó a flaquear, la cintura se fue quedando estática e hizo falta, más que nunca, la rápida reacción del arquero de turno.
Primero Batalla (con virtudes pero con más errores), luego Lux (con intrascendencia, cuesta encontrar una buena atajada suya desde su regreso) y por último Bologna (muy parecido al caso de Poroto) intentaron suplantar sin éxito a un arquero que, se sabía, había dejado un hueco demasiado grande para taparse con jugadores sin experiencia o con otros que habían demostrado en su largo recorrido profesional que jamás estuvieron a la altura de un grande.
Hasta que llegó Franco Armani. El candidato de Gallardo para reemplazar a Barovero, y que se cayó por cuestiones que son públicas y no hace falta recordar, llegó un año y medio después del primer intento por traerlo y, en 90 minutos, generó un alivio que hace tiempo no se vivía por el Monumental.
No es fácil debutar en un gigante mundial que no pasa un buen momento, con toda la carga emotiva que eso significa, y al minuto de juego tener que responder para evitar arrancar con el pie izquierdo el ciclo con el que soñaste toda la vida.
Menos simple es tener que salir a romper con los puños un centro envenenado, teniendo el precedente de que tus antecesores o no los cortaban (por lo cual recibían grandes críticas) o lo hacían con fallas que terminaban con goles en contra.
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Ni hablar si a los 7 segundos de comenzado el segundo tiempo, cuando todavía estás terminando de razonar lo que te dijo Gallardo en el entretiempo, tenés que responder en un mano a mano que, de ser gol, hubiera hecho muy cuesta arriba el partido.
¿Es pronto para hacer un balance definitivo de Armani? Por supuesto, pero las rápidas reacciones, los pases en largo (que fueron eso, pases, no pelotazos a dividir) y los centros descolgados son algunas señales de que volvió la seguridad al arco de River, como hace tiempo no se notaba.
Gallardo se cansa de remarcar que hay que estar con la guardia alta, en referencia a los problemas dirigenciales que tiene el club al estar fuera de la AFA. Lo comenzó a decir tras la eliminación de la última Copa Libertadores, a sabiendas de que lo más importante era, primero, levantar la guardia defensiva de su equipo.
Nada es imposible pero ahora, con el convencimiento de tener un arquero que aún en los peores momentos saldrá a salvarte, será más difícil que te coman los de afuera.